
Mi abuelo siempre contaba el caso de uno de su pueblo que fue caminando a la feria a comprar media docena de burros para las realizar las tareas del campo y regresó montado en uno de ellos. Al llegar a casa, preocupado, le explicó a su mujer como le habían engañado pues pagó seis animales y por más que contaba sólo veía cinco. Ella, socarrona, le respondió que no había timo alguno pues tenía ante sí, sin duda, siete borricos. Este cuento me vino a la memoria cuando me topé por las calles de la ciudad con una docena de borricos borrachos alardeando de su hombría a lomos de un inocente. La casualidad o el destino quisieron que en medio del viacrucis apareciera un grupo de defensa animal proclamando la igualdad pero yo, que estimo mucho a los asnos de cuatro patas, sé que a ninguno de ellos se le ocurriría, ni aún gozando de esa justicia, humillar de manera semejante a los zoquetes.
La cara de la chica del stand no tiene desperdicio…