
Huele al aceite de freír los churros, a las verduras recién traídas del huerto, a levadura, a trigo y centeno, a la cebolla de la empanada: huele a mercado pero, sobre todo, huele a pasado, a un tiempo que dejamos escapar entre perfectas frutas lustrosas, masas precocinadas y “sabores auténticos” envasados al vacío con fecha de caducidad programada.