
Ahora sigue madrugando aunque no tanto. Ya no esperan las gallinas sino los colegios; después la bayeta, la plancha y la olla. Todo tiene que estar listo a las tres porque también esperan otra casa, otra bayeta y otra plancha. Si hay suerte, quizá otra más antes de las noche: hay que llegar a fin de mes y el precio de la hora cada vez es más bajo. Mientras, en su casa, no en la que duerme ahora sino en la de verdad, la que quedó a cientos de kilómetros, hace tiempo que nadie pasa la bayeta ni plancha. Allí el tendal sigue aguardando que alguien suba a recoger las telas, ya secas, de las arañas que la habitan.