
“Con mi guitarra y tu cajón nos podríamos comer el mundo”. En sus ojos se leía la emoción del recuerdo y la ilusión del porvenir. A través de sus pupilas pude ver con nitidez aquellas tardes de nuestra adolescencia en las que nos juntábamos en el parque para cantar rodeados de amigos; aquellas mañanas de sábado en que mostrábamos nuestro arte junto al estanque de El Retiro y, de paso, sacabamos unas pelillas para llevar al cine a algunachavalita; nuestras primeras apariciones en público en los pub del barrio o de Malasaña en las que tanto aprendimos; aquel ir y venir con la guitarra al hombro ofreciendo canciones a cambio de más sonrisas que dinero. “Sigo haciendo canciones” –me dijo- aquello hay que retomarlo” y se despidió dejando sobre el escenario un trocito de su corazón.