
Ese sabor resultaba más intenso que el miedo al tópico: su piel sabía a pétalos de rosa y yo la besaba. Hubiese querido escapar del símil fácil pero su piel sabía a pétalos de rosa y mi lengua buscaba el origen. Los dedos llevaban el mismo camino pero, carentes de olfato, no podían disfrutar del sabor a pétalos de rosa de su piel, por eso acariciaban ese tallo sin espinas. Me embriagué de su sabor hasta deambular zizagueante por su vientre. Olvidé el destino y mi lengua se perdió en su ombligo. Por eso guardé todas las palabras en el mismo cofre de los ripios y las exclamaciones retóricas. Su piel sabía a pétalos de rosa pero salió de las sábanas como se esfuma la inspiración y ahora duermo con el eco de su aroma y este poema cursi.