
Caminaba sin prisa sintiendo bajo mis pies descalzos las imperfecciones del terreno. La mochila había pasado a formar parte de mi espalda y ya ni siquiera notaba su peso. Ignoraba cuánto camino me quedaba por recorrer. Tampoco me importaba hasta que algo ante mis ojos me resultó familiar. Al poco, otra visión conocida me hizo reflexionar. Levanté la vista y alrededor no encontré nada nuevo. Así me di cuenta que avanzaba dibujando espirales. Entonces el destino se me presentó como un agujero negro, desconocido, infinito, inalcanzable.