
Incluso antes de que saliera el sol, cada mañana volvía a nacer. No recordaba nada de la noche anterior. Abría los ojos con pereza e, igual que un ternero recién parido, se ponía en pie torpemente para descubrir el mundo otro día más. Aquella tarde sobrevino galerna. Impotentes desde la orilla, quienes le vieron marchar contemplaron al cielo ennegrecer como el carbón y al mar hambriento engullír su barca cuando faltaba poco para que ganase el puerto. A partir de ese momento no pudieron moverse y, convertidos en bronce, aún le buscan en ese mar insaciable.