
Al principio me intimidaba su presencia; se le veía tan grande, fuerte y seguro que a su lado me sentía tan insignificante como una colilla aplastada. No tardé en darme cuenta de que tanto su grandiosidad como mi pequeñez sólo dependían del punto de vista o del momento. Entonces dejé de encontrarme diminuto aunque jamás olvidé mi origen humilde ni mi caracter sencillo.