
Al principio se mostró distante, incluso esquiva, aunque curiosa. Por eso nunca se alejaba del todo. Pero tardó en coger confianza. Poco a poco, los encuentros ganaron en frecuencia y duración hasta que llegaron a ser habituales. Así, casi sin darnos cuenta, afianzamos nuestra amistad e incluso compartimos comida. Un día logré acariciarla y, desde entonces, no nos hemos separado. Ahora sé que su ausencia provocaría un enorme agujero.