
Los voraces promotores inmobiliarios olvidaron un trocito de costa escondido. Como una boca desdentada, la hilera de casas de pescadores que se asoman a la playa, muestran huecos que jamás se construyeron. Ahí descansan de su faena las barcas de madera. El agua cosquillea a los guijarros de la orilla que responden con risistas nerviosas. La brisa susurra en las ventanas y, junto a una taberna sin clientes, seca el pescado recién cogido.