
Érase una vez una casita en medio de las montañas rodeada de flores de todos los colores y grandes árboles que la cobijaban. En esa casita vivía muy feliz una familia que no comía perdiz sino frutos silvestres. Sus amigos acudían a visitarles para contagiarse de la alegría y todos juntos celebraban grandes fiestas. Érase que una vez tuve sueño y al despertar mis manos se aferraban aun girasol invisible.