
Deambulaba perdido por la calle cuando un hombre se acercó a saludarme y, hablando en torpe español, me ofreció ayuda. Le agradecí su oferta en torpe francés al tiempo que le indicaba que sólo quería pasear y que no necesitaba nada. Aún así, insistió en invitarme a un té y conocer su taller de alfombras. Me alimentó más el rojo vivo de las lanas que el sabor dulzón de la infusión. Charlamos, reímos y nos despedimos con un apretón de manos. Él volvió a su telar, yo a mi paseo sin rumbo.