
Como tu piel es la piel de mis tambores. Como ellos, tiemblas cuando te acaricio y vibras con mis dedos. Si un día, torpe de mí, no encuentro el golpe preciso, aquel en que se produce el sonido más bello, los tambores atruenan como tormenta y tu gesto se tuerce con el mimo erróneo. Mas cuando mis palmas se confunden con los aros y la muñeca ejerce la fuerza exacta sobre la luna tensa de pergamino, tus gemidos llenan mis oídos de música celeste.