
No llevéis flores a mi tumba; no me llevéis a la tumba. Dejad que las flores se mueran como murió mi cuerpo y apretad con rabia la belleza sin sangre para que entre los dedos se desparramen los restos muertos de lo que fue alegría. Dejad que buitres y gusanos se alimenten de mi cuerpo sin alma para que el color que tanto miré penetre en sus vientres carroñeros. Así, descompuesto, mis restos fertilizarán la tierra y las flores muertas revivirán para dibujar la sonrisa en un rostro enamorado.